Quiero saberlo todo de ti

—Te escucho —le dije a mi miedo con voz temblorosa.
Y, entonces, se calló y se encerró en su duro caparazón para que no tuviera acceso a él.
—Ven aquí, quiero verte, quiero saberlo todo de ti —repetí, sin estar segura de mis palabras.
—No quiero que me descubras —masculló él con los labios apretados—, no te voy a gustar… Albergo mucho dolor.
—No tienes por qué gustarme, solo darme la mano para que juntos podamos avanzar.

Arya S. Winter – Microhistoria

Los miedos, tan interesantes cuando los tratamos en la ficción y tan engorrosos cuando los vivimos en nuestra propia piel.

Un protagonista sin ningún miedo o inseguridad no es creíble porque todos sabemos que nadie escapa de él. Se puede ocultar, negar o incluso reprimir, pero él nunca se da por vencido y persiste hasta que consigue salir y desbaratar nuestros planes.

Los que escribimos lo sabemos muy bien, porque lo utilizamos continuamente para poner patas arriba la vida de nuestros queridos personajes. Y lo disfrutamos, por qué negarlo😅😂.

A mí me encanta trabajar con los procesos de transformación de los protagonistas. Creo que es una de las cosas que más me motiva a la hora de escribir: verlos caer, verlos frustrados, verlos asustados y sin encontrar una salida, y luego, poco a poco, dejarlos descubrir qué necesitan para cambiar, para dejar de sufrir, para superar esa dura prueba, y darles ese cambio final que hace que ya no sean los mismos del principio.

Lo bueno de escribir ficción es que sabemos más o menos dónde queremos llegar y qué queremos que le ocurra a nuestros queridos personajes. Tenemos el control del proceso. Incluso en según qué géneros, el lector también sabe que, por más que sufra, el final tendrá un cierre más o menos amable (aunque a veces hay sorpresas🙈).

Supongo que por eso nos gusta tanto meternos en las historias: podemos vivir cientos de vidas y emociones diferentes sin tener que pasar por ellas de verdad. La curiosidad humana es enorme, pero oye, tampoco nos pasemos porque hay cosas que es mejor dejarlas para la ficción.

Pero, inevitablemente, también vivimos nuestros propios miedos, los reales (o también imaginarios, si algo solo está dentro de nuestra cabeza). Y aquí sí que no tenemos ni idea de cuál es el siguiente paso, no sabemos si en el próximo capítulo va a aparecer esa escena que nos va a ayudar a avanzar o, al contrario, nos espera todavía un acto entero de seguir hundidos en la oscuridad.

Solemos decir que tenemos que luchar contra nuestros miedos, y bueno, meter a nuestro prota en una lucha épica contra sí mismo tiene su atractivo. Sin embargo, creo que en la vida real es mejor enfrentar el miedo de manera distinta: con calma, de manera más amable y amorosa para con nosotros mismos, intentando escuchar lo que nos quiere contar ese miedo, lo que está escondiendo y protegiendo porque teme volver a salir lastimado, y buscar la manera de darle la mano, de ayudarle a darse cuenta de que las cosas pueden cambiar, que ya somos adultos y podemos cuidar y ayudar a esa versión herida que sigue asustada en algún rincón de nuestro interior.

Aunque tanto en ficción como en la vida real hay algo que siempre es necesario: tenemos que enfrentar el miedo, no podemos obviarlo. Tenemos que mirarlo a cara, descubrir lo que esconde y después tomar la decisión de que podemos construir algo nuevo dentro de nosotros mismos.


PD. ¡Me estreno en el blog! Incluso a mí me ha tomado por sorpresa. Este post iba a ser para Instagram, pero se me ha alargado tanto que he decidido hacer un artículo e inaugurar el blog. ¡Encantada de que te hayas pasado por aquí para leerlo!